Planificación económica y precios sistémicamente significativos: de Wassily Leontief a Isabella Weber
A los capitalistas, en las guerras, también suele interesarles saber cómo funcionan exactamente sus economías. O las de sus enemigos. Durante la Segunda Guerra Mundial la Oficina de Servicios Estratégicos de los EE. UU. utilizó los modelos input-output desarrollados por Wassily Leontief para planificar la economía estadounidense, valorar la resiliencia de la economía soviética, e identificar los puntos más vulnerables de la economía nazi. Los modelos input-output consistían en matrices en las que se reflejaban las interdependencias de los diferentes sectores de una economía nacional. Partiendo de la idea intuitiva de que la producción (output) de una industria suele ser el consumo de otra (input), el modelo de Leontief permitía simular los resultados de alterar el comportamiento de una industria particular, tanto directa como indirectamente. El modelo demostró ser enormemente eficaz, y Leontief ganaría el llamado Nobel de Economía por su trabajo en 1973.
Muchas décadas después un grupo de economistas liderado por Isabella Weber ha recuperado las ideas de Leontief a partir de un razonamiento, de nuevo, bastante intuitivo: los modelos input-output pueden utilizarse para identificar los sectores industriales más vulnerables, y así bombardearlos; pero esa misma información también nos dice qué sectores son más vulnerables a shocks de otro tipo (crisis económicas, caos climático, sanciones, ...) en nuestra época de “emergencias globales solapadas”. En concreto el modelo permite identificar lo que los autores llaman sectores asociados a “precios sistémicamente significativos”, utilizando la nomenclatura de Hockett y Omarova. Estos son los precios que más influencia directa e indirecta tienen en el nivel general de precios, y por lo tanto aquellos cuyos cambios pueden afectar más rápida e intensamente a la inflación y a la estabilidad social.
Como la propia Weber reconoce en una entrevista reciente los resultados de su estudio no son especialmente sorprendentes: las diez industrias más significativas sistémicamente tienen nombres como “Productos del petróleo y carbón”, “Extracción de petróleo y gas”, “Productos agrícolas”, “Comida, bebidas y tabaco”, “Productos químicos”, “Comercio al por mayor”, etc. Dando por hecha la utilidad de confirmar cuantitativamente nuestras intuiciones, el modelo tiene otras ventajas adicionales: verificar que los precios sistémicamente significativos en épocas relativamente “normales” (2000-2019) son esencialmente los mismos que en épocas especialmente convulsas (2020-2022); diferenciar el impacto directo del cambio de precios en la inflación, por su peso en la economía, con el impacto indirecto, por el uso como consumos en otras industrias del producto de una industria sistémicamente significativa; añadir variables adicionales al modelo, como aumentos de precio adicionales para mantener la tasa de beneficio empresarial, el poder adquisitivo de los salarios, o ambas.
Después de esta breve introducción, algunas reflexiones. La primera es que este trabajo no es puramente teórico. La propia Weber formó parte de la comisión alemana encargada de diseñar el tope del gas para ese país. En sus declaraciones sobre el tema se ve claramente la identificación del gas como un sector sistémicamente significativo (obvio hoy en día, pero verificable con sus modelos desde hace años), y un afán de intervenir en cada sector de forma precisa y específica (en el caso del gas para consumo, con modelos de “precios no-lineales”). La idea es huir de los dogmas macroeconómicos vigentes, que solo conciben la inflación como un fenómeno macro y que por lo tanto solo plantean intervenciones a ese nivel (el movimiento de tipos monetarista, la relación entre demanda y capacidad del nuevo keynesianismo). Weber y sus compañeros proponen intervenciones “ajustadas a las realidades físicas, institucionales y sociales de cada sector” identificado como sistémicamente significativo. Algunas medidas posibles son los buffers de stocks estratégicos, las intervenciones de los mercados para el control de precios, la inversión pública, medidas para aumentar la resiliencia de las cadenas de suministro, y un largo etcétera.
En segundo lugar, en esta historia hay un par de lecciones metodológicas importantes. Por una parte, la necesidad de mantener cierta amplitud de miras teórica. La genealogía de los modelos input-output comienza con el Tableau économique de Quesnay, pero antes de llegar a Leontief pasa por Marx, Sismondi, Walras, Bogdanov o la planificación económica soviética, entre muchos otros. Una herramienta intelectual puede ser útil para bombardear a los nazis, para amortiguar la crisis tardo-capitalista del antropoceno y, quizás, para planificar la sociedad socialista del futuro. Por otra parte, también está la necesidad de conocer en detalle las partes de la totalidad para poder ser efectivos en nuestras intervenciones. Muchos de nuestros debates ocurren a un nivel de abstracción gigantesco, en donde debatimos sobre primeros principios (en el mejor de los casos) o cuestiones identitarias camufladas (en el peor). Es imprescindible tener una visión general del mundo bien amueblada, porque es imposible separar el dato del aparato ideológico y metodológico que le da sentido o que nos mueve a recopilarlo o producirlo. Pero es igualmente imprescindible bajar al barro de lo específico, al detalle, al funcionamiento minucioso de al menos algunas de las partes de lo que estamos intentando comprender. Isabella Weber reconoce que su trabajo no habría sido posible sin los dos años de programas de Odd Lots en Bloomberg en los que se diseccionaban semana tras semana todos los cuellos de botella en la producción de la economía mundial post-COVID.
Lo que me lleva a la última reflexión. Vivimos en una época de cambios profundos e inestabilidad creciente. Esto no es un fenómeno pasajero, sino el resultado ya visible de las décadas o siglos anteriores. La salida política a esta situación no está garantizada. Son posibles horrores inimaginables, el triunfo de las fuerzas más reaccionarias. Pero también es posible construir un mundo diferente, más justo y resiliente. La situación actual está provocando una crisis de gobernanza y legitimidad en el capitalismo mundial, haciendo que en pocos años o meses se adopten medidas impensables durante los años de plomo del alto neoliberalismo. La recuperación de modelos económicos de guerra para lidiar con la situación actual, la planificación económica e intervencion de los mercados, la prominencia de economistas como Weber y sus compañeros, el éxito inesperado de un programa de radio que analiza en detalle los entresijos reales del capitalismo... son pequeños signos de un tímido cambio que se abre paso en el sentido común imperante.
La planificación económica no tiene por qué ser emancipadora. Pero es imposible imaginar ningún tipo de emancipación en nuestra situación histórica que no pase por la planificación consciente de ciertos sectores productivos. La orientación de este cambio en el funcionamiento real de nuestras sociedades no lo decidirá el análisis más fino o el eslogan más ingenioso, sino la correlación de fuerzas en los momentos en los que se decida quién gana y quién pierde en cada rearticulación forzosa de nuestra manera de vivir en esta época de “emergencias globales solapadas”.