Protocolos, redes sociales, democracia
I. La red precursora de internet nace en Estados Unidos a finales de la década de 1960 con el objetivo de facilitar la comunicación y el uso compartido de recursos informáticos escasos entre centros de investigación. Hoy en día, a pesar de ese origen en la colaboración científica, persiste el mito de que su objetivo inicial fue el de posibilitar la supervivencia de la red de mando y control del Estado ante un ataque nuclear masivo. Este proyecto alternativo existió, aunque era anterior (RAND Corporation, Memorandum RM-3103-PR, agosto de 1964, que contiene la fantástica descripción de su objetivo como “hot-potato routing”), y al igual que aquella internet primigenia recibió financiación de la agencia de proyectos de investigación avanzada del Departamento de Defensa (ARPA, después DARPA). Probablemente esa historia atómica sobre el origen de internet sobreviva hasta hoy, además de por esas cercancías temporales y financieras, simplemente porque es más llamativa. Lean esta detalladísima investigación arqueológica (digital) de ese folcrore: The History of the Narrative History of the Internet.
En 1971 Ray Tomlinson necesita un formato sencillo para intercambiar mensajes en esa internet primitiva (ARPANET). La información esencial necesaria es el nombre de la persona a la que se quiere enviar un mensaje y el servidor en el que poder encontrarla. Para separar estos dos datos decide utilizar el símbolo '@', tal que así: PERSONA @ SERVIDOR. Es un símbolo que casualmente está disponible en su teclado, y que apenas se utiliza. Internet es, inicialmente, una red social.
(N.B.: los soviéticos también intentaron desarrollar su versión de internet, antes que los estadounidenses, pero ésta no llegó a buen puerto por el choque de intereses opuestos, las suspicacias y los bloqueos dentro de su Estado. Paradójicamente la planificación central funcionó mejor en Estados Unidos. Lean How Not to Network a Nation)
II. Todas las innovaciones iniciales en internet se desarrollan de forma colaborativa y transparente. Los documentos en los que se plasman los acuerdos sobre cómo conectar y comunicar las diferentes máquinas que forman la red se llaman Request For Comments (“Petición de Comentarios”), ya que inicialmente circulan por ARPANET como humildes llamadas para discutir una propuesta. Estos RFCs van cimentando una red abierta formada por diferentes protocolos de comunicación. Cualquiera puede utilizarlos para formar parte de esa red, cualquiera puede hacer implementaciones propias de los mismos, o proponer cambios.
Durante un par de décadas internet es esencialmente un servicio público, aunque para minorías especializadas. Se financia con partidas presupuestarias, y lo utilizan fundamentalmente investigadores y personal de la administración, además de un puñado de early adopters. Muchos de los protocolos que todavía la hacen posible nacen en las décadas de los 1970 y 1980, como RFCs que después pasan a ser estándares aprobados por organismos como la Internet Engineering Task Force (Grupo de Trabajo de Ingeniería de Internet, inicialmente también financiado públicamente).
III. En la década de los 1990, con el Fin de la Historia, ocurren dos cambios fundamentales. Primero, el gobierno de Estados Unidos decide privatizar progresivamente internet. A partir de 1992 desaparecen poco a poco las restricciones para su uso comercial, y su columna vertebral se desplaza de una serie de servidores financiados con dinero público a una serie de servidores comerciales (los actuales proveedores de servicios de internet). La segunda transformación es la creación de la web. En 1991 un grupo de científicos liderados por Tim Berners-Lee anuncia la WorldWideWeb, un prototipo alojado en el CERN diseñado para compartir y buscar información de forma visual. De nuevo éste es un sistema abierto, basado en protocolos que cualquiera puede utilizar para unirse al proyecto.
Con la creación de los primeros navegadores comerciales de la web es cuando internet se convierte en un fenómeno de masas. Lean, por ejemplo, estos fragmentos del diario de Jamie Zawinski, uno de los desarrolladores del primer navegador realmente popular; a Zawinski le impresiona enormemente ver la primera dirección de una página web en un anuncio comercial. Para mucha gente, todavía hoy, la web es internet. La web también es una de las últimas grandes innovaciones construida sobre protocolos y estándares abiertos, que cualquiera puede utilizar. Hoy en día el World Wide Web Consortium es la organización internacional sin ánimo de lucro que coordina a miles de individuos, empresas y organizaciones que desarrollan colaborativamente todos los protocolos con los que se construye la web.
IV. En la década de los 2000, sobre esta verdadera cornucopia de esfuerzo humano de acceso público, diferentes empresas comienzan a construir nuevas redes sociales. No ofrecen nada que no se pueda hacer ya en internet, pero lo ofrecen de forma simple y atractiva. Facebook (2004), Twitter (2006) o Instagram (2010), por mencionar algunas de las más populares, construyen sus redes sociales como plataformas cerradas. Aquí ya no hay protocolos abiertos ni desarrollo colaborativo. Los empleados de esas empresas diseñan e implementan esas redes sociales a puerta cerrada. Cualquiera puede participar en esa red gratuitamente, pero solo de la forma y bajo las normas que esas empresas decidan. Toda la información y la red de contactos que uno vaya acumulando durante los años les pertenecen, y no es posible transferirlos a otra red social de forma transparente. Nuestra presencia en cada red social es una identidad que construimos públicamente, pero que es a la vez prisionera de esas plataformas.
Estas limitaciones no impiden que estas redes sociales se vuelvan inmensamente populares (Facebook tiene, a día de hoy, miles de millones de usuarios activos cada mes), y las empresas que las controlan también controlan, de facto, algunas de las ágoras digitales en las que las sociedades contemporáneas discuten, se informan, se engañan y se odian. Estas redes funcionan esencialmente como servicios públicos privados, infraestructura esencial de la vida cotidiana que los Estados solo regulan mínimamente con objetivos de carácter policial. Su papel a medio camino entre la infraestructura y el medio de comunicación complica una regulación más ambiciosa, que requeriría una innovación legal y del sector público. En todo caso, quizás por ser hijas de la era neoliberal, nadie se plantea este objetivo seriamente. Es más fácil imaginar el fin del mundo que una red social de propiedad pública.
V. El Brexit y la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016 comienzan a centrar la atención en la influencia de las redes sociales en el proceso democrático. La información de millones de usuarios de Facebook se ha recopilado y utilizado sin su consentimiento para ayudar a esas campañas políticas. Hay un escándalo, multas milmillonarias, Mark Zuckerberg pide disculpas en el Congreso de Estados Unidos. En 2022 Elon Musk compra Twitter por 44 mil millones de dólares, e inmediatemente comienza a transformarla en una nueva herramienta para intervenir activamente en el proceso democrático a favor de las fuerzas reaccionarias. La privatización de las redes sociales y su captura por un puñado de hombres asquerosamente ricos se considera ya un problema de salud democrática, incluso de seguridad nacional.
Un primer gesto, esperable, es una regulación más robusta de lo que ocurre en esas redes sociales privadas por parte de los Estados. La Digital Services Act de la Unión Europea, por ejemplo, busca reglamentar y vigilar lo que ocurre en redes de un “tamaño suficientemente grande” (decenas de millones de usuarios). A la dificultad objetiva de regular el funcionamiento de una red social global que es al mismo tiempo una empresa privada estadounidense se le unen las preocupaciones legítimas sobre el posible papel censor de los Estados. El péndulo de la correlación de fuerzas entre el interés público y privado debe reequilibrarse, pero la solución al rapto de la democracia por los milmillonarios no es, o no debería ser, una red social estatal regentada por funcionarios públicos.
VI. Volvamos un poco atrás. Si el origen del problema es la privatización de un ecosistema construido sobre protocolos comunes quizás la solución sea la vuelta de esos protocolos. En agosto de 2019 Mike Masnick publica su Protocols, not Platforms: A Technological Approach to Free Speech. La preocupación fundamental de Masnick es la imposibilidad de la moderación de contenidos satisfactoria y a gran escala por parte de un único actor, tarea que hoy en día recae en un puñado de empresas propietarias de las plataformas dominantes. Su solución es la vuelta “a un mundo de protocolos que dominen internet [...] y que sirvan para proteger la privacidad de los usuarios y su libertad de expresión, a la vez que minimicen el comportamiento abusivo en redes y creen modelos de negocio novedosos y atractivos más alineados con los intereses de los usuarios”. Masnick habla desde esa tradición libertaria estadounidense que forma parte del ADN de internet (lean The Californian Ideology), pero su solución puede ser un punto de encuentro entre sensibilidades muy diversas.
Masnick no es el primero en proponer algo similar. Las comunidades del software libre, otra rama heredera de la cultura hacker original que construyó internet, llevan años trabajando en propuestas para construir redes sociales alternativas basadas en protocolos abiertos. El diseño más popular es el de ActivityPub, que desde 2018 es un estándard de ese World Wide Web Consortium que mencionamos antes, y que posibilita la existencia del Fediverso, una colección de redes sociales abiertas utilizadas fundamentalmente por amantes de la tecnología. La propuesta de Masnick, sin embargo, se enuncia desde otras coordenadas culturales, y capta la atención del dueño milmillonario de Twitter, Jack Dorsey. Éste decide crear un grupo de trabajo interno en su empresa, llamado Bluesky, para desarrollar un protocolo que permita construir una red social masiva y global sobre él. El objetivo final sería, según Dorsey, que Twitter sea en última instancia un “simple cliente más” de este protocolo abierto.
VII. Jay Graber, a la postre elegida como líder del proyecto Bluesky, escribe una “revisión del ecosistema” valorando todos los posibles protocolos existentes en los que podría basarse el Twitter de siguiente generación. Su conclusión es que ninguno permite todas las características que su equipo desea para la red social abierta del futuro, por lo que propone desarrollar un nuevo protocolo desde cero. Consigue la financiación y la independencia organizativa suficiente para hacerlo antes de que Musk compre Twitter, lo que permite a Bluesky independizarse como empresa diferenciada y seguir desarrollando su visión.
El protocolo desarrollado por Bluesky se llama atproto, por la pronunciación en inglés del símbolo '@' (at), popularizado enormemente como prefijo de una identidad digital gracias a Twitter, y que nos conecta directamente con la innovación de Tomlison en 1971. Su ambición es la de ser la base de toda una futura familia de redes sociales abiertas e interoperables. Merece la pena mostrar algunas de las elecciones de diseño fundamentales que diferencian a atproto de otras alternativas, y que muestran cómo podría ser una internet social a la vez nueva y heredera de una aspiración tan antigua como ella misma.
La primera es su énfasis en el problema de la propiedad y custodia de la identidad y los datos. Se diferencia de Twitter, en el que la identidad y los datos son propiedad de la empresa, y de ActivityPub, en el que la identidad se asocia a un servidor específico que normalmente no controlaremos y cuya cooperación necesitamos si queremos abandonar. En atproto nuestra identidad digital y todos los datos que creamos son directamente controlables por nosotros. El servidor en el que los creemos inicialmente (hoy en día, con toda probabilidad, Bluesky) es coyuntural, y gracias a una solución criptográfica podemos decidir moverlos a cualquier otro lugar en cualquier momento. Gracias a esa solución criptográfica también es posible que cualquiera verifique independientemente que está de hecho leyendo los datos que hemos creado, y que por lo tanto cualquiera puede alojar copias adicionales de nuestra huella digital para facilitar su distribución. Este énfasis de atproto en el formato de los datos en reposo, y no solo en la forma de comunicarse entre los diferentes nodos de la red, lo hace único. (¿Desea saber más? Recomiendo especialmente esta comparación entre atproto, ActivityPub y Nostr, con infinitos detalles sobre el problema de la identidad en redes sociales, o esta charla de Bryan Newold sobre los retos de la solución que ofrece hoy en día Bluesky).
La segunda diferencia de diseño de atproto/Bluesky es su objetivo de crear una red social que sea simultáneamente federada y global. A diferencia de Twitter (global pero monolítica) y ActivityPub/Mastodon (federada pero sin una visión transparente de la red en su conjunto), el equipo de Bluesky está construyendo una red en la que cualquiera puede gestionar sus propios datos (federada), pero en la que el conjunto se presenta a los usuarios como una única red uniforme (transparentemente global). Esto se consigue gracias a una ingeniosa arquitectura de federación, inspirada en la propia web, en la que un servicio llamado Relay indexa todos los nodos dispersos y los unifica virtualmente en una especie de manguera de datos única que mostrar a los usuarios. Debido a la naturaleza abierta del protocolo no es obligatorio formar parte de esta visión global de la red, pero a día de hoy los 6 millones y pico de usuarios de Bluesky comparten una única ágora digital, sin importar dónde vivan sus identidades. (¿Desea saber más? Aquí hay un breve resumen de la arquitectura federada de Bluesky, y aquí un paper con todos los detalles truculentos).
Finalmente, la ambición de atproto es la de ser un protocolo universal. Hoy en día su cliente principal, por motivos históricos, es un clon de Twitter. Sin embargo es posible enseñar “idiomas” al protocolo, y extenderlo para crear redes sociales similares a Instagram, TikTok, YouTube o Reddit. Ya hay, de hecho, gente comenzando a hacer esto mismo (una red social para gestionar eventos, una red social para almacenar blogs, una red social para compartir enlaces, ...). La ventaja, aquí, es que todas estas redes comparten automáticamente todas las ventajas de atproto, especialmente la posibilidad de utilizar una misma identidad en todas ellas, que controlamos junto a todos nuestros datos y red de contactos.
VIII. Hemos llegado, después de un largo rodeo histórico, a redescubrir el potencial de las redes sociales abiertas basadas en protocolos. El control por parte de milmillonarios de las plataformas sociales cerradas ha motivado la creación de redes sociales anti-milmillonarios. Un proceso de acumulación originaria había cercado un común digital acumulado durante varias décadas, para a continuación lanzar un proceso de expansión gigantesco alimentado por el ánimo de lucro. Ahora las tensiones internas de esta dinámica están a punto de estallar, y debe comenzar la disputa por la democratización de un sistema que en última instancia es fruto del trabajo de miles de millones de seres humanos. El paralelismo con el desarrollo histórico del propio capitalismo, no hace falta mencionarlo, es desconcertantemente exacto.
Es imposible prescribir una hoja de ruta exacta para este proceso democratizador. El statu quo neoliberal no puede continuar, pero aquí como en la sociedad en general es ingenuo pensar que la solución pase por volver a un pasado idealizado en el que las redes sociales sean empresas estatales, completamente reguladas. Estos primeros años de resistencia digital ya apuntan a un posible camino intermedio: las redes sociales pueden y deben ser gestionadas por la sociedad civil en su conjunto, ya sea por empresas o por asociaciones sin ánimo de lucro. El papel del Estado, y es un papel clave, deberá ser el de asegurarse de que se respeten unos estándares indispensables que permitan el delicado equilibrio entre la libertad individual y el interés general. En este caso, extrapolando desde el presente, podemos imaginar regulaciones para la portabilidad de las identidades digitales, incluyendo nuestros datos y redes de contactos, como ya ocurre con nuestros números de teléfono. También regulaciones para promover el uso creciente y generalizado de protocolos abiertos para la comunicación en internet, una vez que los servicios alcancen cierto umbral de relevancia social. La infraestructura que funciona de facto como pública debe estar regulada como tal. Este papel del Estado como regulador riguroso pero no totalizador, de posibilitador de la libertad en sociedad, es de hecho el más coherente con el de la tradición republicana.
IX. ¿Qué papel podemos adoptar ante esta situación? Las plataformas sociales, a pesar de sus problemas evidentes, todavía son colosos utilizados por miles de millones de personas en todo el mundo. La pregunta de qué puede hacer un único individuo ante todo esto, en una especie de gesto existencial desesperado, es tan inevitable como aparentemente absurda, un producto melancólico del ocaso de la formas de organización política de masas.
Podemos cortar ese nudo gordiano imaginando el objetivo de la democratización de las redes sociales como otro frente más en la gran disputa por la democratización de toda la sociedad. Así, tomando prestada una vieja lección sobre cómo pelear contra un enemigo más poderoso en su propio terreno, se esfuma la obsesión por encontrar una única táctica perfecta, muchas veces poco más que una forma de expresión personal. Lo importante es una estrategia que reúna una gran diversidad de tácticas, siempre que éstas avancen en una dirección conjunta aproximada.
Alguna gente podrá y querrá centrar sus esfuerzos en la construcción de la infraestructura y la organización que poco a poco podrá ir facilitando la expansión de la democracia digital. Buena parte de este texto es una recapitulación de ese proceso, con una mirada larga que recoge seis décadas en una sola disputa entre protocolos abiertos y plataformas cerradas. Una simplificación, sin duda, pero una que puede motivar a tomar partido por un horizonte concreto. Otra gente podrá y querrá centrar sus esfuerzos en cambiar el terreno cultural y regulatorio en el que conviven protocolos y plataformas. Aquí cabrán tanto el proselitismo del entorno íntimo como la propuesta legislativa formal, recordando que toda gran transformación social profunda requiere una victoria cultural previa y que la disputa por la orientación de la actuación del Estado es uno de los elementos centrales en la política moderna.
Finalmente, mucha gente no podrá o no querrá abandonar completamente las viejas plataformas. Pero allí también (en ocasiones especialmente allí) será importante hablar de las alternativas, recordar que existen otros caminos, otras posibilidades. Trabajar por dividir la atención de nuestro entorno entre lo moribundo que debemos abandonar y lo nuevo que está luchando por nacer.
X. En unas pocas décadas el experimento de un puñado de universidades estadounidenses por compartir el uso de unos ordenadores prohibitivamente caros se ha transformado en una red de comunicación global. Esa naturaleza global está en tensión con los intereses diversos de los estados, y sus antiguos cimientos de protocolos abiertos están en tensión con su dominación por parte de unas pocas empresas, en su mayoría también estadounidenses.
La humanidad ya se enfrenta a otros retos de dimensión planetaria, como el cambio climático. La creación de una red de comunicaciones capaz de combinar el respeto por las libertades individuales, la aspiración democrática y la incipiente dimensión mundial de nuestra sociedad es otro de ellos. El último siglo nos sugiere que la inercia histórica propondrá dos soluciones insuficientes para superar esta crisis. Una será la de profundizar en la privatización de lo común, en la delegación del interés general en el interés privado. La otra será la de la regulación excesiva, la imposición del interés de la seguridad nacional sobre el de la sociedad civil.
No es fácil, a día de hoy, ver con claridad un camino alternativo. La libertad republicana siempre es un equilibrio delicado entre la intervención estatal rigurosa y el respeto igualmente riguroso de la esfera privada. Sí es fácil, a día de hoy, convencerse de que nuestro destino pasa irremediablemente por el dominio insostenible de uno de esos dos intereses, convertido en abismo. Sin embargo la historia nunca nos plantea problemas sin darnos a la vez las herramientas necesarias para poder resolverlos. Este texto es un intento de apuntar a algunas de esas herramientas, que ya existen, que están creciendo entre las ruinas de lo moribundo. Que son, de hecho, lo antiguo que estaba oculto y que ahora reverdece, volviendo a nosotros cuando más lo necesitamos.