Materiales y reflexiones en la intersección de la política, el clima y la economía.

El complejo industrial verde

El complejo industrial verde
La muerte simultánea en un avión y en el tren, Kazimir Malevich (1913)

En el último año los Estados Unidos y la Unión Europea han aprobado una batería de leyes orientadas fundamentalmente a mitigar el cambio climático y a reintegrar en sus territorios la fabricación de ciertos componentes críticos. Hacen más cosas (en teoría muchas más cosas), pero hoy quiero centrarme en esto. Sin ánimo de ser exhaustivo, las leyes son: en EEUU la Infrastructure Investment and Jobs Act, la Inflation Reduction Act, y la CHIPS and Science Act. En la UE la Next Generation EU, la European Chips Act, y la REPowerEU.

Hay dos recepciones típicas de todo esto. La primera, dominante en parte del mainstream, es entenderlas como una ruptura radical con el pasado. El Estado ha vuelto y va a poner orden (frase que también puede entenderse con horror: ¡El Estado ha vuelto y amenaza con poner orden!). La segunda, dominante en parte de la izquierda, es entenderlas como una cortina de humo, un engaño. Ya sea por sus concesiones a los grandes intereses económicos, por su configuración como partnerships público-privados, por su alineamiento con las necesidades de la “seguridad nacional”...

Es importantísimo entender claramente qué está pasando aquí. Nuestra lectura de estas tendencias, de sus posibilidades y sus límites, debe ser una pieza fundamental a la hora de determinar nuestra estrategia climática para los próximos años.

El primer matiz: como algunos dijimos en marzo de 2020 creo que ya hemos abandonado la “alta edad neoliberal”. Esto no significa que el Estado vuelva, porque el Estado nunca se fue. Significa, para bien o para mal (mucha gente olvida que también puede ser para mal), que se abandona poco a poco la estrategia que entendía el Estado como entidad con soberanía parcial cuyo objetivo principal es la transmisión e imposición de los dictados de los mercados. La lectura correcta del neoliberalismo es la de Quinn Slobodian.

Pero también hemos abandonado una ortodoxia de la alta edad neoliberal relacionada con los mercados, la de que la máxima aspiración en la intervención pública debe ser la de corregir sus fallos. La gran apuesta durante mucho tiempo fue la de internalizar los costes derivados de las emisiones de GEI en los precios de mercado (vía mecanismos “cap and trade”, o similares). Una vez hecho esto el propio mercado impulsaría soluciones que descarbonizarían más o menos automáticamente la economía. Decir que esto ha sido un fracaso estrepitoso se queda corto.

La conjunción de la crisis climática, pandémica, energética, militar, inflacionaria, etc.,  (la policrisis de Tooze) ha convencido a los gobiernos de que deben intervenir más directamente en la economía. Vuelve la política industrial (“the policy that shall not be named”, como decía el FMI). De nuevo es aceptable que el Estado fije objetivos, líneas de investigación, indique por dónde desea que se oriente el desarrollo industrial y económico. Esto es una mejora sobre el anterior statu quo, sin duda, y en ese sentido creo que hay que rechazar los análisis tremendistas que no ven ningún cambio. Ha sido una mejora, además, conseguida al menos en parte por las luchas sociales que se llevan dando por transformar el sentido común político desde la gran crisis financiera. Sería estúpido negarnos esta pequeña victoria, esta pequeña apertura.

¿Cuáles son los límites de este cambio? El primero es el de la correlación de fuerzas. Estas leyes son un reflejo casi perfecto de la situación política actual. En sus concesiones a los intereses de las energías fósiles, a las industrias armamentísticas, a los fondos de inversión, a las grandes gestoras, etc., demuestran que si bien ya existe una fuerza suficiente para pasar de los mecanismos de mercado a las inversiones como solución, todavía no existe una fuerza suficiente para determinar de forma democrática y progresista el sentido y forma de esas inversiones. Existe (¡por primera vez!) una coalición de intereses suficientes para aprobar leyes por una “política industrial verde”. No existe una coalición de intereses para garantizar que sea una política industrial justa, social, todo lo ambiciosa que queremos y necesitamos. “Goodbye Green New Deal, hello Green Industrial Complex”, resume Tooze.

El segundo límite se deriva del primero. Estas leyes reflejan lo que Daniela Gabor ha llamado el “el consenso de Wall Street”, y que Kate Aronoff resume perfectamente en este artículo. El Estado se lanza a la política industrial, pero su objetivo no es reemplazar la iniciativa privada. Su objetivo es movilizar la iniciativa privada. Se trata de hacer atractiva la inversión verde, de garantizar beneficios, garantizar demanda (con contratos públicos), crear mercados viables donde no los haya. Se trata de convertir en activos rentables lo que antes no lo era. El papel del Estado es el de eliminar el riesgo para que el capital privado cumpla su papel.

Ignoremos por un momento que estamos garantizando un retorno de inversión gigantesco al capital privado. Hay dos problemas todavía más grandes en una transición ecológica así construida: la primera es que estamos externalizando gran parte de su diseño y ejecución a las grandes empresas, las gestoras y los fondos de inversión, como hemos visto en España con la implementación de los fondos NextGenerationEU (¿Hay state capacity para hacer otra cosa? ¡Buena pregunta!). La segunda es que debemos confiar en que el interés del capital, gracias a ciertos incentivos, se ajustará sin mayores complicaciones a una tarea existencial en la que no puede tolerarse el fracaso. Es una apuesta arriesgada. ¿Valdrá la pena? Evidentemente es mejor movilizar el capital privado hacia estas cuestiones que no hacerlo, si esas son las dos únicas alternativas. Pero no deberían serlo.

En cualquier caso, esta es la situación actual. Ya no estamos en 2007. Ni siquiera en 2019. Los avances son limitados, contradictorios. Pero son. Y en parte existen por nuestros esfuerzos. Como dice Yago Álvarez Barba hay una puerta abierta, ahora hay que seguir empujando.


¿Están funcionando las sanciones a Rusia? Jorge Tamames ha escrito el mejor artículo en español sobre el tema. El resumen: sí, pero no han tenido un efecto devastador e inmediato sobre Rusia. Sí, pero también suponen un reto para la Unión Europa, entre otros. Lo segundo es de perogrullo. Lo primero también, si uno conoce un poco la historia de las sanciones económicas. Recomiendo leer o escuchar (aquí una entrevista, aquí otra) a Nicholas Mulder, para mí la voz a seguir en la cuestión de las sanciones económicas. En cualquier caso, y a pesar de los matices, es importante empujar contra ciertos mensajes que cada vez se oyen cada vez más en la izquierda.

El pasado 1 de septiembre murió Barbara Ehrenreich. Quiero escribir más sobre ella la semana que viene, así que por ahora solo recomendaré esta conversación sobre su vida y obra en el podcast Know Your Enemy, con Gabriel Winant y Alex Press. No me suele pasar, pero en un momento concreto se me escapó una lágrima. Si lo escucháis seguro que sabréis cuándo.

Un analista de Credit Suisse y un historiador del sistema monetario debaten sobre el futuro del dólar en Manhattan. Parece el principio de un chiste, pero es un tema que últimamente me fascina. Para bien o para mal hay pocas cosas más importantes que la fontanería monetaria y financiera del capitalismo global, y es complicado cambiar algo que no se entiende en absoluto. Aquí tenéis el enlace, organizado por las gentes de Odd Lots (una auténtica mina para recibir información semanal sobre qué están haciendo los capitalistas).

Hemos empezado a publicar las grabaciones del último seminario de Contra el diluvio, “Espacio que ganar”. Por ahora podéis ver la sesión inicial con Richard Seymour, la sesión sobre el futuro de las renovables con Martín Lallana y Laura Feijóo, y la sesión sobre la movilidad con Carmen Duce y Pablo Muñoz Nieto.

Subscribe to Amalgama

Sign up now to get access to the library of members-only issues.
Jamie Larson
Subscribe