Materiales y reflexiones en la intersección de la política, el clima y la economía.

Barbara Ehrenreich y la maldición de la clase media (I)

Barbara Ehrenreich y la maldición de la clase media (I)
Santos cristianos, de Les Heures de Louis de Laval, siglo XV.

Barbara Ehrenreich murió el pasado 1 de septiembre. Su vida y su obra pueden arrojar algo de luz sobre uno de los problemas eternos en la izquierda: el de la naturaleza y papel histórico de la “clase media”.

En 1977 Barbara Ehrenreich y su por entonces marido John Ehrenreich escribieron un par de artículos en la revista Radical America: The Professional-Managerial Class (marzo-abril 1977) y The New Left and the Professional-Managerial Class (mayo-junio 1977). Intentaban responder a una pregunta fundamental: desde la posguerra el grueso de la militancia de izquierda en su país parecía provenir de personas que de cierta manera eran o se veían a sí mismas como “clase media”, diferentes de la clase trabajadora tradicional pero también de los propietarios de los medios de producción, la burguesía.

Comenzaban con una recapitulación histórica. La predicción marxista de que el desarrollo capitalista acabaría poco a poco con la capa intermedia de artesanos, pequeños propietarios y granjeros, se había demostrado en general cierta. Lo que no se había demostrado como cierto era el corolario, que esto llevaría al enfrentamiento final entre dos únicas clases antagónicas, el proletariado y la burguesía. El mismo proceso que acababa con la pequeña burguesía como clase sustancial engendraba a una suerte de clase sustituta. El capitalismo monopolista que iba creciendo a finales del siglo XIX necesitaba mayor control, sofisticación y predicción en sus procesos de producción y consumo. Esto a su vez necesitaba de un ejército creciente de ingenieros, abogados, economistas, escritores, publicistas, médicos, profesores, profesionales del entretenimiento, etc. Esta capa intermedia no era dueña de sus propios medios de producción, y su interés por la autonomía, la racionalidad y el profesionalismo la hacían en cierto sentido antagónica a la burguesía. Al mismo tiempo su función objetiva, formal, en el capitalismo era en buena medida la reproducción del sistema en su totalidad, el disciplinamiento de los trabajadores, la mediación del conflicto de clase. Como resume Barbara Ehrenreich en una entrevista de 2019, “son gente cuyo trabajo era esencialmente decirle a otros lo que hacer”. Esto la hacía en cierta forma también antagónica con la clase trabajadora. Los Ehrenreich llamaron a este grupo la clase profesional-gestora (professional-managerial class, normalmente abreviado como PMC). En su situación intermedia, contradictoria, estaba y está todo su potencial. También toda su maldición.

La propuesta de los Ehrenreich era la de afrontar esta contradicción frontalmente. Buscaban sobre todo evitar dos posturas reconfortantes psicológicamente pero estériles a nivel político, que impedían articular una alianza real entre ambos grupos.  ¿Qué dos posturas tenían en mente? Podemos describirlas en presente, porque como sabemos este es todavía un problema contemporáneo.

La primera consiste en insistir en que la PMC, la “clase media” (hay diferencias importantes de matiz entre los dos conceptos, uno es un subgrupo del otro, pero quizás en un pequeño texto informal como este no merezca la pena perder mucho tiempo en eso), es ya de hecho llana y simplemente clase trabajadora en virtud de su dependencia salarial para su propia supervivencia. Esto puede hacerse en primera persona, incluyéndose en la propia clase trabajadora (llevando este razonamiento al límite en los años 70 hubo inclusos intentos poco fructíferos de “proletarización” voluntaria, en los que universitarios radicales buscaban trabajos en fábricas, o similares), o a través de una suerte de ventriloquismo, en el que uno es un agente anónimo e impersonal que intenta desviar la atención de su propia existencia social y hacia una clase trabajadora monolítica e idealizada. De aquí surgen la obsesión con el falso materialismo, con un folclorismo extemporáneo, el desprecio por las cuestiones fuera de las relaciones salariales como secundarias, irrelevantes, contraproducentes e incluso decadentes.

En esta primera solución psicológica suele dominar la ofuscación, la incomodidad sobre nuestra propia existencia. Es posible que si estás leyendo esto hayas estado en una reunión en la que personas de clase media (obviamente de clase media, casi patéticamente de clase media) denunciaban furiosamente a la clase media como fuente de todos los males de la causa revolucionaria. El mecanismo casi milagroso por el que ellos habían conseguido evadir esa culpa histórica nunca es un tema de discusión urgente.

La segunda postura es la opuesta a la anterior. En vez de forzar una unidad abstracta se fetichizan y sobredimensionan las diferencias. De aquí surge una especie de radicalismo consciente de clase media, un radicalismo para la clase trabajadora pero sin la clase trabajadora (algunas veces contra la clase trabajadora). Aquí domina ese aspecto racionalista, pretendidamente ilustrado, paternalista, de la clase media y su visión de la sociedad. Se busca la sustitución de la caótica gestión capitalista por una gestión científica, meditada, sensata. De aquí surgen las obsesiones por la verdad, la demistificación como truco político fundamental, la pedagogía como tic constante. Quizás aquí haya menos ofuscación, menos auto-odio, pero en sus variantes ingenuas hay un desinterés absoluto por la composición real de la sociedad, por la posición que uno ocupa en ella, por las alianzas políticas imprescindibles para cambiar las cosas, por lo limitado de nuestras perspectivas. En sus variantes menos ingenuas hay muchos puntos de contacto con las apoteosis del duro gestor técnico que está por encima de la sociedad, ya sea en sus variantes pretendidamente socialistas u ordoliberales.

El llamamiento de los Ehrenreich para no caerse por ninguno de estos dos barrancos y forjar una alianza consciente de la potencial unidad en la diferencia entre la clase media y la clase trabajadora no fue escuchado. La burguesía en crisis alistó a buena parte de la clase media como su junior partner en un proceso demoledor de disciplinamiento y reorganización social, que llamamos neoliberalismo. Un elemento fundamental en esta contrarrevolución capitalista fue la denuncia sistemática de los elementos progresistas de la clase media. Transplantando parte de los análisis utilizados en sus críticas a la burocracia soviética a su propia sociedad, la nueva derecha estadounidense comenzó a denunciar a la llamada “nueva clase” (en esencia, la PMC) por su excesiva ambición, su poder desmesurado, por los efectos corrosivos a nivel social de sus excentricidades culturales. Esto funcionaba como como cuña entre la clase trabajadora y la clase media, pero también como forma de disciplinamiento de los elementos díscolos de esa misma clase media. Fue una jugada extraordinariamente eficaz, y en 1984 Ronald Reagan conseguía una segunda victoria arrolladora con el apoyo entusiasta de buena parte de ambas clases.

Mondale solo ganó en el Distrito de Columbia y en su estado natal, Minnesota, por un margen del 0,18%.

Ninguna victoria es eterna, sin embargo, y el éxito demoledor del neoliberalismo ya contenía las semillas de su desintegración. En una actualización de 2013 a sus artículos de 1977 los Ehrenreich advertían que la PMC estaba sufriendo el mismo destino que anteriormente había sufrido la clase trabajadora tradicional (traduzco):

Aquellos de nosotros con títulos universitarios o de formación superior no hemos sido más indispensables, como grupo, para la empresa capitalista americana que aquellos que han perfeccionado sus habilidades en la cadena de ensamblaje, el almacén o la fundición. Los universitarios en paro, precarios y desempleados, los profesores sin presupuestos, los profesionales de los servicios explotados y malpagados, incluso los ingenieros y científicos que denuncian a sus empleadores —todos se enfrentan al mismo tipo de situación a la que se enfrentaban los trabajadores especializados de principios del siglo XX y todos los trabajadores industriales americanos de finales del siglo XX. En los próximos años, esperamos ver a los restos de la PMC hacer cada vez más causa común con los restos de la clase trabajadora tradicional para, como mínimo, exigir su representación en el proceso político.

(La continuación de esta entrada puede leerse aquí)


Putin llama a la movilización parcial en Rusia y prepara la anexión formal de territorios ucranianos. Lo primero no pasaba desde 1941, y antes de eso desde 1914. Cualquiera de las dos fechas da una idea del terreno vertiginoso por el que nos estamos moviendo.

Mi neswletter de la semana pasada ya está ligeramente desfasada. Parece ser que la Comisión Europea propondrá una reforma radical de las reglas fiscales europeas, y ya ha propuesto un plan integral para la extracción, refinado, procesado y reciclado de “materiales críticos”.

Mientras escribo esto los italianos están votando para, previsiblemente, elegir a una primera ministra fascista. Podría decir que es posfascista, o liarme a pensar si importa la diferencia. Para qué. Mientras tanto en mi TL se publica con cierta compulsión la imagen de Mussolini colgado boca abajo.

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Jamie Larson
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