Leviathan in interiore Green New Deal
Nota: este texto fue publicado originalmente el 7 de noviembre de 2019 en la revista laU.
Si queremos tener una ecología política, antes debemos admitir la división de una especie humana prematuramente unificada.
Bruno Latour[1]
La crisis climática puede entenderse como una situación de guerra no declarada. Una guerra de todos contra todos, pero también, o sobre todo, contra la vida en la Tierra. Una guerra que ocurre durante el ocaso de lo que podríamos llamar el orden político moderno[2] y que necesitaría la fundación de un orden nuevo para poder reconocer la guerra como tal, tomar partido y crear las condiciones para una paz duradera.
Muchos autores han observado la similitud de esta perspectiva con la situación en tiempos de Hobbes. Él también vivió el colapso de un sistema político y la guerra civil en su país y en toda Europa, sin que existiera ninguna salida evidente a una masacre que ya duraba décadas. Su obra Leviatán fue un intento angustiado de concebir un nuevo orden político en el que un poder soberano tuviese la potestad última para decidir sobre cualquier cuestión que pusiese en peligro la estabilidad y la seguridad de sus súbditos. Como otros pensadores después de él, Hobbes supo ver una tendencia inmanente ―esto es, posible pero no segura― en el desarrollo histórico, que prefiguraba el nacimiento del Estado y el orden político modernos y, dentro de ellos, del capitalismo.
En su libro Leviatán climático[3], Geoff Mann y Joel Wainwright continúan esta tradición de sana especulación. Su punto de partida es el diagnóstico de que en estos momentos tenemos un exceso de información científica sobre el cambio climático, pero un déficit de pensamiento y acción políticos («si los buenos datos y modelos climáticos fueran todo lo que se necesita para hacer frente al cambio climático, habríamos visto una respuesta política en la década de 1980»[4], señalan). Proponen como coordenadas para la reflexión dos ejes fundamentales, soberanía y capitalismo, que darían cuatro posibles escenarios o cuadrantes: Leviatán climático, Mao climático, Behemoth climático y X climática. El Leviatán climático representaría una nueva soberanía mundial, dedicada a un mismo tiempo a la estabilización climática y al mantenimiento de las relaciones de producción capitalistas. El Mao climático sería otro tipo de soberanía planetaria, si bien no dedicada por entero al anticapitalismo, sí al menos no constreñida por el mantenimiento del capitalismo como tal. El Behemoth climático nombra la situación resultante del mantenimiento del capitalismo unido al rechazo de una soberanía planetaria, lo que implicaría una lucha chovinista que o bien negaría la amenaza climática o bien la usaría como excusa para sus políticas reaccionarias. Finalmente, la X climática describe ese cuarto escenario posible en el que la justicia climática mundial proviene de la superación del capitalismo y la lógica de la soberanía planetaria, la solidaridad mundial a través de la cooperación y la fraternidad. Estos escenarios no buscan ser predicciones precisas, sino tipos ideales, tendencias reales aisladas para su análisis. En ese sentido, como los propios autores observan, los cuatro ya existen de alguna manera en nuestro mundo, y nuestro futuro será, al menos por un tiempo, una mezcla de todos ellos en diferentes proporciones.
Aunque un análisis de todas estas posibilidades y de sus relaciones sería muy interesante[5], en este texto me centraré en desmenuzar algunos aspectos del Leviatán climático. El primer motivo es que, como los autores, pienso que el escenario más probable es algún tipo de nueva soberanía capitalista mundial, y no el Behemoth fascista del bellum omnium contra omnes. Aunque las dos sean opciones muy reales parece que la tendencia con más fuerza vaya a ser aquella en la que «el impulso de defender las relaciones sociales capitalistas llevará al mundo hacia el “Leviatán climático”, a saber: proyectos de adaptación que permitan a las élites capitalistas estabilizar su posición en medio de una crisis planetaria»[6]. El segundo motivo es que al ser ahora mismo el escenario más probable, junto a alguna variante del Behemoth climático, la mayoría de personas que se involucren en la lucha contra la crisis climática van a tener que tomar algún tipo de posición en esa dicotomía, aunque defiendan otras opciones. Tercero, y finalmente, pienso que el terreno para maniobrar que se abre en esta reconfiguración de la gobernanza capitalista mundial es suficientemente amplio como para permitir mejoras sustanciales y necesarias tanto en nuestra capacidad de lucha como en la reducción de emisiones, que son la condición de posibilidad para cualquier futuro deseable.
A la intuición de que un Leviatán es la salida más probable a la crisis climática se le podría objetar que es injustificadamente optimista. Es cierto que en la época de Trump y Bolsonaro podría parecer particularmente difícil, nunca probable, un gran acuerdo mundial efectivo por la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. A esto se podría contestar que un Leviatán climático, en su versión más plausible, no invitaría a un optimismo excesivo. Habría que imaginarlo, como decía antes, como un acuerdo para garantizar la posición de las élites capitalistas en un nuevo régimen climático[7]. Sería mejor que otras alternativas en la medida en que implicase una lucha más decidida por la reducción de las emisiones, pero habría muchas posibilidades de que la vida de los miles de millones de personas más pobres del planeta pasase a ser ―en muchos casos siguiese siendo― «pobre, tosca, embrutecida y breve»[8]. Sería el punto de máximo desarrollo de ese estado de excepción convertido en regla que ya anticipaba Benjamin[9], una nueva soberanía mundial basada en el poder para decidir sobre las emisiones y, por lo tanto, sobre nuestras vidas.
Por supuesto, en cierto sentido ya vivimos en un mundo así, y lo llevamos haciendo durante bastante tiempo. Describir un sistema que garantice y reproduzca la posición preferencial de las élites económicas, del Norte sobre el Sur Global, que imponga el estado de excepción como norma, que domine nuestras vidas, es en cierto sentido resumir el siglo XX y su capitalismo imperialista. Esto da pie a considerar el Leviatán climático como una solución puramente reaccionaria, el statu quo con una capa de barniz, pero al hacerlo se ignorarían dos problemas muy importantes. Primero, que aunque el Leviatán climático fuese una salida reaccionaria a la crisis climática, todavía podría ser, o al menos así podría percibirse, como una salida. Hoy en día ya no es posible hacer política sin ofrecer una respuesta al cambio climático, así que escudarse en que este o aquel cambio solo serían «reformas dentro del capitalismo» sin ofrecer otras soluciones no es suficiente. Segundo, y a la vez el mejor ejemplo de lo anterior, es que muchas personas con buenas intenciones, al tomar conciencia de la magnitud de la crisis, piden de hecho ese Leviatán climático. Mann y Wainwright, en algunos de los párrafos más lúcidos que se han escrito sobre este tema, explican cómo en última instancia lo que muchos activistas esperan de las Conferencias de las Partes (COP) sobre el cambio climático es que finalmente alguien convoque al Leviatán. Que alguien haga algo, que alguien se haga cargo[10]. Es evidente que cualquier acuerdo que pudiese surgir de un marco así arrastraría consigo mucha de la desigualdad, la brutalidad y el autoritarismo con los que ya convivimos, pero la crisis justificaría ese salto hacia una nueva gobernanza capitalista mundial. Esta tendencia no va a desaparecer solo con despreciarla, hay que entenderla para poder superarla.
Este uso de la ciencia climática como justificación de una petición de acción a quienes en teoría ya dominan nuestras vidas es un buen resumen de un mensaje ecologista típico, quizá el más popular. El testimonio de Hansen ante el Senado de Estados Unidos en 1988[11] ya seguía este patrón: un científico presenta las pruebas de la (por entonces sobre todo futura, ahora ya presente) crisis climática ante la personificación del poder soberano y le pide que actúe en consecuencia. El mensaje de Greta Thunberg, hoy en boca de todo el mundo, es exactamente el mismo: la ciencia es irrefutable, las pruebas ya están a la vista de todo el mundo; ustedes, políticos, son los que en teoría tienen el poder de actuar. Háganlo[12]. Esto, siguiendo el desarrollo de Bruno Latour[13], sería un planteamiento prepolítico, o políticamente muy débil, en el que sería casi imposible hacer política porque en él uno «jamás encontraba verdaderos oponentes; [uno] se contentaba con luchar contra gente irracional o infiel que se trataba de educar o convertir, pero nunca de combatir […]. Incluso si nos pretendemos “en guerra” contra dichos adversarios, esa guerra no será tal, puesto que no dejará de ser pedagógica. […] Cuando apelamos así a “la naturaleza”, es casi siempre porque deseamos volver a explicarles a unos pésimos alumnos […] lo que a la larga terminarán por comprender… a la fuerza»[14].
Al hacer esta crítica a ciertas posturas ecologistas, como decía Latour, «tiemblo ante la idea de sostener una tesis tan fácil de malinterpretar»[15]. Creo que es importante hacer varias aclaraciones. Primero, es evidente que el movimiento iniciado por Greta Thunberg ha sido enormemente exitoso e influyente. Ha puesto en el foco de atención del planeta entero una cuestión de vital importancia y ha movilizado literalmente a millones de personas en los cinco continentes. Solo por eso ya deberíamos considerar que está en nuestra misma trinchera. Segundo, a pesar de haber usado su discurso como un ejemplo de mensaje políticamente débil, la realidad es que debido a cómo funciona hoy en día la comunicación de masas es posible que el abstenerse de ir más allá de una exigencia genérica de reacción ante una crisis irrefutable fuese la forma más inteligente de abrir una brecha en la fortaleza enemiga. Al reducir toda la superficie para un contraataque enemigo a la de su propia persona y los informes del IPCC, Greta Thunberg ha desarmado casi por completo a los carroñeros al servicio de las posturas más reaccionarias[16]. Finalmente, y es triste que sea necesario decir estas obviedades, no debería ser responsabilidad de una adolescente la articulación de un movimiento político completo, ni merece un segundo de nuestra atención la sugerencia de que solo forma parte de una elaborada conspiración para instaurar un capitalismo verde entre las masas: el capitalismo, de cualquier color, ya domina casi cada rincón de la Tierra y no necesita de sutilezas para imponer sus intereses.
El Green New Deal sería un ejemplo del siguiente paso hacia la politización del movimiento por la justicia climática. Desde la sentada de los activistas del Sunrise Movement en la oficina de Nancy Pelosi y la elección de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez en noviembre de 2018, hemos vivido una auténtica explosión tras la que han proliferado los programas electorales de corte progresista centrados en buscar una solución a la crisis climática. En algunos, como el Green New Deal del senador y candidato estadounidense a la presidencia Bernie Sanders, ya se ve una cristalización de una postura política más fuerte; como dice Kate Aronoff[17], su programa se basa en una teoría del cambio más explícita que la de sus contrincantes, construida sobre la «organización y el señalamiento de los enemigos», en este caso los «milmillonarios de las energías fósiles cuya avaricia está en el corazón de la crisis climática», a los cuales se pretende perseguir tanto por la vía civil como por la penal[18]. Aquí el planteamiento ya no es el de la confusión o la ignorancia, sino el de la identificación de unos responsables a los que debemos enfrentarnos. Esto es como mínimo igual de importante que las medidas de redistribución de la riqueza y descarbonización de la economía que puedan plantear estos «nuevos acuerdos verdes», ya que, como señalaba antes, la repolitización de la ecología es un paso previo fundamental a cualquier tipo de victoria concebible.
La postura que uno adopte ante algo como el Green New Deal, en sus distintas encarnaciones, dependerá tanto de sus contenidos objetivos (todavía muy generales y, hasta el momento, de muy diverso calado y ambición; recordemos que no son por el momento programa de gobierno en ningún sitio) como de nuestras propias aspiraciones. Señalar que por sí mismos no superan el capitalismo es algo tan cierto como trivial, políticamente ineficaz fuera de ciertos círculos en los que el recordatorio es superfluo. Es cierto sin embargo que, por motivos más que evidentes dentro de la lógica electoral, sus defensores no suelen señalar sus ambigüedades o sus lados más problemáticos. Ya he señalado la tendencia a que cualquier reorganización del sistema capitalista mundial para confrontar el cambio climático sea también una tendencia a profundizar en el estado de excepción como norma, la segurización de la política y las desigualdades Norte/Sur. De nuevo, estas tendencias ya son una realidad, como lo demuestran las primeras peticiones para poner en marcha un verdadero «imperialismo verde» que se ocupe de invadir Brasil para obligar a Bolsonaro a hacerse cargo de una selva tropical de la que dependemos todos[19]. En su forma más extrema, más allá de ese «imperialismo verde», una soberanía mundial que hubiese activado procesos de geoingeniería para tratar de estabilizar el clima podría argumentar sin problema que su propia existencia sería ahora sinónimo de la supervivencia de la especie humana. Cualquier acto de desobediencia sería equivalente al mayor acto de terrorismo imaginable y, por lo tanto, la represión más sobrecogedora estaría siempre justificada[20].
Pero el Green New Deal no alberga solo una tendencia leviatánica, es también un terreno de lucha. Las medidas redistributivas y de reforma económica, de conseguirse, serían un balón de oxígeno después de décadas de derrotas y austeridad. La lucha por obtenerlas sería un espacio privilegiado para la conformación de una nueva clase trabajadora que se reconozca en esas luchas y contra sus enemigos comunes, que ahora sí han sido señalados[21]. Sería un terreno práctico en el que plantear cuestiones fundamentales, como la responsabilidad de los países imperialistas en la crisis actual y las medidas efectivas para una salida justa de la misma[22]. Las reducciones de emisiones que se alcanzaran, si es que se alcanzan, nos darían literalmente tiempo para luchas más ambiciosas y la posibilidad material de trascender completamente el sistema capitalista. La mejor ciencia de la que disponemos nos dice que no tenemos mucho tiempo para actuar si queremos evitar consecuencias catastróficas, un mundo en el que ni el propio capitalismo podría ya sobrevivir, pero en el que tampoco podría existir ningún tipo de sociedad humana emancipada. Incluso aunque este plan de modernización y adaptación del capitalismo fuese ilusorio, un intento vano de recuperar el keynesianismo en un cadáver que ya no puede ser reanimado, a estas alturas parece evidente que su superación va a pasar por su agotamiento o su derrota, no por su refutación en el plano intelectual.
En este sentido me parece que la visión más productiva acerca del Green New Deal es la que presenta Thea Riofrancos[23]. Siendo conscientes de la ambigüedad existente, que he intentando señalar, no nos dejemos inmovilizar por ninguno de los dos extremos. La insistencia en que el Green New Deal solo es el Leviatán que lleva dentro, la insistencia en su imposibilidad técnica, la insistencia en el carácter fantasioso de las reformas capitalistas que pueda proponer: un pesimismo tan rotundo sin duda puede «protegernos del trauma psicológico que la decepción acarrea», pero «predecir o anular el futuro parece menos riguroso analíticamente que participar de manera activa para así dotarlo de forma. No sabemos cómo van a evolucionar las políticas del Green New Deal; pese a todo, lo que podemos dar por seguro es que la resignación con aires de realismo es la mejor forma que tenemos para garantizarnos un resultado que sea el menos transformador de todos»[24]. Como dice Naomi Klein, el cambio climático lo cambia todo y ello nos obliga de nuevo a buscar una «solución completamente nueva ante una tarea completamente nueva»[25]. Nuestro marxismo ya no puede ser el de la espera paciente a la revolución, ya sea por un exceso de pesimismo o por un exceso de optimismo en el devenir de la historia. Nuestro marxismo debe ser el del freno de emergencia, el de la política contra la historia, el de la contención de las fuerzas productivo-destructivas que nos han llevado hasta donde estamos, pero que nos condenan si no las controlamos, si no las frenamos selectivamente[26].
Pero también debemos resistirnos ante un exceso de optimismo. Incluso una victoria rotunda del mejor Green New Deal posible, con el Leviatán temporalmente domesticado, no sería suficiente. Si el Leviatán en Hobbes representa el Estado, la soberanía, el Behemoth representa la guerra civil, el desorden, pero quizás algo más. En el libro de Mann y Wainwright, su nombre señala la reacción más pura, pero también podría señalar la emancipación humana: la X climática es también la negación de soberanía planetaria y, por lo tanto, Behemoth. Tronti desarrolla esta ambigüedad fundamental: el Behemoth de la guerra civil conduce al Leviatán de la soberanía absoluta, pero toda revolución es también, precisamente por ello, un Behemoth. El Leviatán puede ser derrotado por fuerzas reaccionarias, o más reaccionarias, pero también por fuerzas emancipadoras. Cuando Tronti valora el ocaso del proyecto comunista y su fracaso a la hora de avanzar a una segunda etapa («democrática») del socialismo, considera que «venció Leviatán contra Behemoth. La historia es la lucha de potencias monstruosas»[27]. Así pues, si ampliamos nuestra perspectiva cabría cierta prevención contra victorias que todavía no hemos conseguido. Si el capitalismo es esencialmente incompatible con la supervivencia de la humanidad, no podemos conformarnos con aturdirlo, reconducirlo, debilitarlo. Ahora más que nunca es necesario no contentarse con ninguna etapa intermedia, por muy necesaria que sea. Tronti nos recuerda, en boca de Schmitt, «que el hombre tiene un deseo casi irresistible de eternizar su última gran experiencia histórica». El Green New Deal no es un proyecto a largo plazo, no es el destino de la locomotora histórica, es solo el primer intento de echar mano del freno de emergencia.
Referencias:
[1]: Bruno Latour, Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017.
[2]: Con «orden político moderno» nos referimos al orden que surge progresivamente desde el siglo XVII y donde crece el capitalismo y el sistema de Estados-nación que hoy conocemos. Para una reflexión sobre su progresiva desintegración y su incapacidad de generar ya un horizonte político inclusivo, ver Mario Tronti, La política contra la historia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016.
[3]: Geoff Mann y Joel Wainwright, Leviatán climático. Una teoría sobre nuestro futuro planetario, Madrid, Biblioteca Nueva, 2018.
[4]: Ibid., p. 25.
[5]: Sería al menos deseable explorar el escenario Mao climático, desarrollando la tradición marxista ecológica de pensadores como Wolfgang Harich (¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el Club de Roma, traducido y prologado por Manuel Sacristán, Barcelona, Materiales, 1978) en una coyuntura en la que el posible colapso de la hegemonía capitalista occidental llevase a la búsqueda de una nueva legitimidad política en el sudeste asiático basada en la recuperación de la tradición comunista. Los autores de Leviatán climático hacen un intento breve pero refrescante de pensar esta posibilidad, tan alejada de nuestras coordenadas mentales habituales.
[6]: Mann y Wainwright, Leviatán climático, p. 40.
[7]: El término «nuevo régimen climático» es de Bruno Latour, un juego de palabras con el ancien régime climático que ya habríamos dejado atrás. Ver: Latour, Cara a cara con el planeta.
[8]: Thomas Hobbes, Del ciudadano y Leviathan, Madrid, Tecnos, 2018, p. 168.
[9]: Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Ciudad de México, Ítaca, 2008, p. 43.
[10]: Mann y Wainwright, Leviatán climático, p. 77.
[11]: Philip Shabecoff, «Global WarmingHas Begun, Expert Tells Senate»: The New York Times, June 24, 1988. https://www.nytimes.com/1988/06/24/us/global-warming-has-begun-expert-tells-senate.html (noviembre de 2019).
[12]: Katy Lederer, «Can They Read? Greta Thunberg and her critics»: n+1. https://nplusonemag.com/online-only/online-only/can-they-read/
[13]: Latour, Cara a cara con el planeta, capítulo séptimo.
[14]: Ibid., pp. 250, 252.
[15]: Ibid., p. 275.
[16]: David Roberts, «Why the right’s usual smears don’t work on Greta Thunber»: Vox. https://www.vox.com/energy-and-environment/2019/9/26/20882958/greta-thunberg-climate-change-trump-attacks-right-wing (noviembre de 2019).
[17]: Kate Aronoff, «Bernie Sander’s Climate Plan is More Radical Than his Opponents»: The Intercept. https://theintercept.com/2019/08/22/bernie-sanders-climate-policy/ (noviembre de 2019).
[18]: Jake Johnson, «Sanders Vows, If Elected, to Pursue Criminal Charges Against Fossil Fuel CEOs for Knowingly ‘Destroying the Planet’: Common Dreams. https://www.commondreams.org/news/2019/09/20/sanders-vows-if-elected-pursue-criminal-charges-against-fossil-fuel-ceos-knowingly (noviembre de 2019).
[19]: Stephen M. Walt, «Who Will Save the Amazon (and How)?: Foreign Policy. https://foreignpolicy.com/2019/08/05/who-will-invade-brazil-to-save-the-amazon/ (noviembre de 2019).
[20]: Mann y Wainwright, Leviatán climático, p.273.
[21]: X. López, «Lucha de clases sin clase en el Antropoceno»: LaU. Revista de cultura y pensamiento. https://la-u.org/lucha-de-clases-sin-clase-en-el-antropoceno/ (noviembre de 2019).
[22]: Ver, por ejemplo, la sección sobre justicia medioambiental mundial en la propuesta para un Green New Deal for Europe: https://report.gndforeurope.com
[23]: Thea Riofrancos, «Plan, Mood, Battlefield – Reflections on the Green New Deal»: Viewpoint Magazine. https://contraeldiluvio.es/2019/10/24/plan-estado-de-animo-campo-de-batalla-reflexiones-sobre-el-green-new-deal/ (noviembre de 2019).
[24]: Ibid.
[25]: Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, p. 69.
[26]: Manuel Sacristán, Escritos sobre «El capital», Barcelona, El Viejo Topo, 2004, p. 58.
[27]: Tronti, La política contra la historia, p. 113.