Revolución pasiva y Antropoceno
¿Existe una identidad absoluta entre guerra de posición y revolución pasiva? O al menos, ¿existe o puede concebirse todo un periodo histórico en el cual ambos conceptos deban identificarse de tal modo que la guerra de posición se transforme en guerra de maniobra? — Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Q15, §11.
I. Releo la nota 44 del primer cuaderno de Gramsci (los Cuadernos de la Cárcel siempre se releen, nunca ha de admitirse que se están leyendo por primera vez). En su primer párrafo, que comienza un análisis del Risorgimento, Gramsci usa la relación de dominio político del Partido Moderado sobre el Partido de Acción para ejemplificar los dos criterios por los que una clase puede dominar a las otras: debe “liderar” a sus amigos, y “dominar” a sus enemigos (esta reiteración terminológica por la que el dominio se compone de liderazgo y de nuevo dominación aparece en el propio Gramsci). Se habla del liderazgo carismático sobre los amigos, de la absorción y decapitación (literal o figurada, quizás ambas, no queda claro) de los enemigos; de cómo debe haber “hegemonía política” antes de alcanzar un gobierno; al final del primer párrafo (¡sólo llevamos un párrafo!) se dice que esta lucha hegemónica por el poder ejemplificada por los Moderados sienta las bases para el Risorgimento como una revolución sin revolución, en el sentido de que un grupo social dominante puede asumir parte de las demandas históricas de los grupos subalternos después de haberlos neutralizado. Esta forma de cambio histórico se contrapone al modelo Jacobino, en el que esos grupos subalternos imponen directamente sus demandas. Tiempo después el propio Gramsci añade al párrafo una nota al margen en la que ofrece como alternativa terminológica a este tipo de proceso el nombre de revolución pasiva.
Esta nota es la primera vez en la que Gramsci habla de revolución sin revolución, o revolución pasiva. Según Peter D. Thomas también es su primera elaboración de la lógica de la hegemonía, lo que la convertiría en una nota preñada de potencia teórica. En su uso y elaboración del término hay siempre una tensión entre la descripción de procesos históricos previos, los “caminos especiales” a la modernidad tomados por países como Alemania, Italia o Japón, y la prescripción de formas de lucha política en su situación contemporánea. Usa el término para reflexionar sobra la estrategia de los fascistas, pero también sobre la posible estrategia comunista tras los fracasos en la década de 1920. Esta tensión productiva entre el análisis de un proceso histórico y la proposición estratégica contemporánea me parece constitutiva de la forma en la que Gramsci intenta entender su presente.
II. Saltamos de Gramsci a los gramscianos. En un acto de las Jornadas de Memoria Democrática de la UCM, José Luis Villacañas e Íñigo Errejón debaten sobre el último libro del primero, un estudio de la dictadura franquista y la Transición entendidos como una revolución pasiva gramsciana. El concepto, efectivamente, aclara un proceso histórico que nos cuesta entender completamente. Según ambos ponentes las élites franquistas, después de un momento de aniquilación física y moral del pueblo republicano, asumen parcialmente algunas de sus demandas modernizadoras. El resultado es que durante la dictadura hay un proceso de construcción del Estado administrativo, un proceso de implantación capitalista, un proceso de integración progresiva con los ritmos, costumbres y los flujos de capital de Europa occidental y los EEUU. Esto se hace sobre las espaldas de las clases trabajadoras, y manteniendo el dominio de las clases dirigentes (la revolución, insistimos, es pasiva). El momento de la verdad se da en la Transición, cuando se está en condiciones de integrar legalmente a buena parte de la oposición democrática y permitir unas elecciones relativamente libres en las que la mayoría, en palabras provocadoras de Errejón, ya “sabe votar bien”. Es aquí donde se justifica el sustantivo de revolución para todo el proceso: ha ocurrido un cambio irreversible que ya no necesita de una tutorización directa. Solo es revolucionario lo que es irreversible. El mundo en el que vivimos está separado del mundo de la II República por una revolución (al menos), no menos real por el hecho de ser pasiva.
Aunque me parece una charla brillante (¡vedla!) mi inquietud no está tanto en el análisis de la historia reciente española, sino en la vigencia del concepto de revolución pasiva gramsciana en el mundo posterior a la contrarrevolución neoliberal. Más concretamente, en algún momento de la charla me asalta este pensamiento: ¿es el tema secreto de mi newsletter la revolución pasiva de adaptación a la nueva normalidad climática que están llevando a cabo (parte de) nuestras clases dirigentes?
III. La diferencia fundamental parece evidente: aquí no ha habido un empuje revolucionario de las clases subalternas que haya sido aplastado. Podríamos ver los años 2011-2016 como una suerte de revolución abortada, pero las diferencias en violencia, intensidad y extensión en la movilización me llevan a pensar que hay un corte cualitativo con otros momentos históricos similares. Y sin embargo, hay un parecido fundamental que me impide abandonar este hilo: estamos viendo una transformación del sistema impuesta desde arriba. Es lenta, contradictoria, insuficiente, pero algunas de las peticiones de ese momento populista truncado están siendo recogidas por las clases dirigentes. No es un engaño, no es un truco, no es un espejismo. Son cambios reales, y si se acumulan durante suficiente tiempo podrían suponer una nueva transformación irreversible (y por lo tanto revolucionaria) que nos haga abandonar para siempre la era del neoliberalismo. No es un proceso pretederminado, hay divisiones entre las propias élites y varios desenlaces posibles. Pero está ocurriendo, y en buena medida el escenario en el que terminemos dependerá de la capacidad de intervención y la dirección de la intervención de las clases que ahora mismo juegan un papel subordinado. Mi intento de justificación de esta hipótesis estaría en estas entradas: “El complejo industrial verde”, “El momento Mitterrand del neoliberalismo”, “Socialdemocracia de guerra”, “El mandato del cielo cambia de manos una semana de noviembre”.
La pregunta fundamental, bajo mi punto de vista, es la siguiente: ¿por qué se está produciendo esta transformación? ¿qué objetivos tiene y qué fuerza la impulsa? Sin entender esto resulta imposible construir la capacidad de intervención política necesaria para poder alcanzar nuestros objetivos. Resulta imposible, de hecho, saber cuáles son nuestros objetivos, plantear siquiera la inevitable pregunta: ¿qué papel podemos jugar nosotros? De nuevo Gramsci, parafraseo: “la falta de conciencia de los objetivos de las fuerzas adversarias impide tener una clara conciencia de los objetivos propios” (Q15, §11).
Hay al menos dos maneras de recontextualizar de manera productiva el concepto de revolución pasiva en nuestro presente. La primera es quizás la más evidente: los mismos procesos históricos que han acabado con la política de masas inevitablemente acaban con la forma clásica de la revolución pasiva. Hoy en día no puede haber (en Occidente, pero quizás ya en ningún lugar) movimientos revolucionarios como los que Gramsci daba por sentados. Eso no significa que ya no haya una lucha de los elementos subalternos, que sus demandas no puedan ser primero frustradas y después parcialmente cooptadas por las clases dirigentes. Los últimos años, de hecho, son un gran ejemplo de luchas sociales y climáticas que son frustradas en su forma más combativa solo para ser casi inmediatamente asumidas como proyecto de gobierno de manera muy parcial e insatisfactoria, pero real. ¿Qué es si no el paso de la lucha encarnizada contra el Green New Deal al programa de gobierno del Presidente Biden? Estos procesos de lucha y cooptación no tienen un corte revolucionario que los atraviese, sin embargo. No existe ese elemento de derrota brutal, y es inútil esperar una repetición mecánica de los procesos tal y como los describe Gramsci. Sus teorías necesitan pasar por exactamente el mismo tipo de proceso que él aplicó a las teorías de Maquiavelo, Marx o Engels. Incluso el mismo tipo de proceso que aplicó a un contemporáneo suyo como Lenin (en la traducción para el Occidente “desarrollado” de la práctica del Oriente “atrasado”).
La segunda forma de contextualización podría intentar incorporar lo que es verdaderamente específico, por inédito, de nuestra época histórica: la actualidad ya innegable de una crisis existencial climática y ecológica. ¿Y si la pérdida de agencia subalterna humana se hubiese visto compensada por el incremento de agencia de lo que hasta ahora solo era un “medioambiente neutro”? Las demandas por una transformación social hoy en día no van únicamente a espaldas de las clases populares, sino que pueden verse como exigencias objetivas de la crisis climática y ecológica. La transición energética, la adaptación agroalimentaria, el refuerzo de la capacidad estatal ante un aumento de las crisis y las tensiones, incluyendo también cierta ampliación del “escudo social” en sociedades que necesitan de un mínimo de legitimidad democrática para reproducirse... es posible que parte de las clases dirigentes vea estas y otras exigencias del momento como exigencias socio-climáticas ineludibles, de las que deben hacerse cargo para poder asegurar la continuación de su dominio político. Es evidente que los hechos nunca hablan por sí mismos, que estas demandas también se transmiten a través de la actividad humana, pero en ellas habría un exceso de fuerza que reside en la potencia terrorífica de las transformaciones medioambientales que estamos viviendo.
¿Qué implicaría que parte de las élites fuesen hoy en día protagonistas de una revolución pasiva con el objetivo de adaptar su dominio a las condiciones específicas del Antropoceno? Aquí solo resaltaré una consecuencia, que me parece la más importante. Si estamos viviendo una revolución pasiva de nuevo tipo nuestro primer objetivo debería ser el darle la vuelta a la dialéctica del Risorgimiento: solo entendiendo los objetivos de este nuevo Partido Moderado mejor que él mismo podremos ser capaces de fundar un Partido de Acción que sea capaz de liderar esta etapa de transición. Sin duda esa será la única manera de asegurarnos de su carácter popular y progresista, de que esa transición ocurra en beneficio de la mayoría. Pero quizás, también, esa sea la única manera de asegurarnos de que la transformación de la sociedad que necesitamos simple y llanamente ocurra, de que seamos capaces de adaptarnos a los efectos y de mitigar las causas de la crisis climática y ecológica. No hay ninguna tarea más importante.