Socialismo temperado y ecologismo de combate

Socialismo temperado y ecologismo de combate
Untitled, Jean-Michel Basquiat, 1981

La tarea de las organizaciones es la de reunificar aquello que está fragmentado. No de organizar los fragmentos, sino de unificar los fragmentos.
Mario Tronti, «Sobre el poder destituyente»

Primero, un estado de ánimo: las batallas identitarias en política tienen menos importancia que nunca. Pienso sobre todo, exclusivamente si me apuran, en las identidades que hacen referencia a movimientos políticos de masas. Comunistas. Anarquistas. Socialdemócratas. Revolucionarios y reformistas. La virulencia de algunos debates es proporcional a la ausencia de consecuencias de los mismos. No se rinde cuentas ante nadie, no se define un programa de acción, casi nadie se juega nada. Nos aferramos a identidades que ya no están ancladas en movimientos sociales sustantivos, de forma nostálgica más que activa, muchas veces como forma de consuelo. Pensamos que tenemos razón en nuestros análisis teóricos, pero nunca podemos demostrarlo en la práctica. Los reformistas apenas saben reformar, los revolucionarios apenas saben revolucionar.

En esta situación hay que huir del onanismo de la diferencia, de la separación sin consecuencias provocada por causas imaginarias. La tarea ahora mismo no es buscar una mayor separación de lo que ya está fragmentado, sino, como decía Tronti, la de unificar esos fragmentos. ¡De organizar unificando! O, si queremos ser menos ambiciosos, quizás más precisos, de articular familias políticas que pueden y deben ser articuladas. Es con este ánimo que quiero escribir estas líneas sobre qué tienen en común, qué pueden hacer juntos, el socialismo y el ecologismo. En qué medida pueden aportar a la construcción de una visión política del mundo que sea realmente eficaz en nuestra lucha. No lo hago, claro, como gran prescripción definitiva. Más como una modesta aportación del que piensa que ha chapoteado lo suficiente en la orilla de esas dos islas.


La perspectiva fundamental que aporta el ecologismo es la de la existencia de unos límites materiales. Unos límites para el capitalismo, pero también para cualquier modo de producción que pueda existir en este planeta. La conciencia de estos límites debe llevar a una revisión humilde del prometeísmo socialista. La misión histórica ya no es tanto la aceleración de las fuerzas productivas, ya no es el explicar que el capitalismo es un freno al pleno desarrollo de esas fuerzas. Tampoco es la satisfacción completa de unas necesidades que se multiplican sin fin. La perspectiva que necesitamos es la de un desarrollo variable, complejo (qué tentador es aquí fanfarronear con la idea de dialéctico). Todavía debemos acelerar el desarrollo en algunos sentidos, claro. De hecho es fundamental mantener la certeza de que una sociedad poscapitalista sabrá expandir sus capacidades de formas hoy en día inconcebibles, pero que no serán una simple extrapolación lineal de lo que ya existe. Debemos crecer, porque hay muchos que no tienen suficiente y deben tenerlo. Pero ahora, aquí, hoy, en unos sitios más que en otros, también hay otros sentidos en los que debemos decrecer. Otros, incluso, en los que debemos hablar de la supresión de conjuntos enteros de actividades, sectores económicos completos.


¿Qué perspectiva aporta el socialismo? Pienso en un socialismo visto fundamentalmente desde la tradición marxista, porque es la que mejor conozco. También pienso desde el otro lado de una derrota histórica, que debería limar la rotundidad de algunas de nuestras afirmaciones sobre el socialismo en el futuro. Dicho eso, me parece que el socialismo puede ayudar a hacer una traducción política de las certezas que tenemos acerca de los límites materiales que ya se está encontrando la actividad humana. Por partes:


Para empezar, la precisión a la hora de medir estos límites siempre será relativa. Hay rangos de certidumbre, hipótesis, incluso sana especulación. Pueden ser certezas muy duras de manera tendencial, pero normalmente no lo serán para los tiempos cortos de buena parte de la política cotidiana y tampoco determinarán nunca de manera directa el resultado de las confrontaciones sociales, solo podrán determinar las condiciones de posibilidad de ciertos escenarios.


Más generalmente, en el capitalismo, la producción y el consumo de mercancías no están dictadas por valoraciones racionales, si entendemos «racional» en un sentido amplio. Están dictadas, de nuevo tendencialmente pero de manera rotunda, por la búsqueda de la maximización del beneficio. Una consecuencia de esto es que la denuncia constante de la «irracionalidad» de nuestra sociedad, incluso aunque sea una irracionalidad suicida, seguramente no sea muy efectiva. La única excepción es que esta denuncia forme parte de una estrategia para la conformación de un bloque social en condiciones de disputar y conseguir el poder político.


Finalmente, el socialismo aporta la noción trágica de que la transición a una sociedad poscapitalista será dura, larga y potencialmente terrible. Los cientos de millones de personas que lucharon por el socialismo en los dos siglos anteriores no eran idiotas ni demonios, sino personas normales y corrientes en circunstancias muchas veces extraordinarias y extremadamente duras. Necesitamos mirar atrás con la suficiente distancia para poder valorar sus logros y sus errores, sus triunfos y sus derrotas. Incluso su gran derrota general a finales del siglo xx. Ahora el mundo es diferente, pero no tan diferente como para que toda su experiencia nos sea inútil o ajena. Seguimos siendo hombres y mujeres normales y corrientes, en circunstancias que seguramente vuelvan a ser extraordinarias. Y, quizás, también extremadamente duras.


Estoy seguro de que habrá conflictos y fricciones entre estas dos tradiciones. Lo estoy porque ya ocurren, y de hecho llevan ocurriendo décadas. El unilateralismo socialista, o político, tiende a olvidar las determinaciones ecológicas de la sociedad humana. Puede ensimismarse con las reglas del juego político y confundir lo que en algunos momentos puede ser necesario en ese plano con lo que es posible materialmente en nuestro planeta. El unilateralismo ecologista, por otra parte, puede empecinarse con su comprensión de los límites, de las determinaciones físicas y biológicas que permiten cualquier tipo de sociedad humana. Se atasca en una denuncia que suele ser poco eficaz, en un desvelamiento de la verdad que no es capaz de plantar cara al poder, en planes abstractos de lo que debería ser que no sabe construir a partir de lo que es.


Sin embargo hay motivos para la esperanza. En pocos años hemos avanzado considerablemente en la unión práctica de estas dos tradiciones. La crisis ecológica está cada vez más presente entre las socialistas, y cada vez más ecologistas se empiezan a tomar en serio la disputa por el poder y la transformación efectiva de la sociedad. También comienzan a multiplicarse los ejemplos de disputas concretas que unen el conflicto por el poder y la transformación social general con la lucha contra la crisis ecológica. Objetivos como la semana laboral de cuatro días, la reducción drástica en el uso del automóvil privado, el paso a dietas fundamentalmente vegetales, la prolongación forzada de la vida útil de los aparatos, etcétera, tienen, o pueden tener, varias cosas en común: una reducción sustancial de las emisiones; un golpe importante a sectores estratégicos del capital; un aumento del poder y organización de los y las trabajadoras que puede ser también una reducción del poder capitalista; un aumento del tiempo libre y la salud; una mejora de nuestros entornos... Obviamente no superan por sí mismas al capitalismo, en ese sentido son reformas. Pero su sentido y alcance, sobre todo si se toman como partes de una estrategia más amplia, puede perfectamente ser el de las famosas reformas no-reformistas de Gorz, como pruebas de fuerza y ejemplos de que es posible ganar. Ganar aquí y ahora, de forma tangible, de manera que la solución a la crisis ecológica se asocie por siempre a una mejora de nuestras vidas. Y ganar, siempre, como preludio de victorias mayores, como anuncio de lo que está por venir.


Como socialistas sabemos que la resolución permanente de la crisis ecológica no puede darse en el capitalismo. Como ecologistas sabemos que no podemos esperar a la abolición del capitalismo para comenzar a resolverla. Como síntesis podemos aventurar que la resolución de la crisis ecológica debe ser lo más parecida posible al proceso de abolición del capitalismo. No pueden ser dos procesos que ocurran secuencialmente, uno detrás de otro, uno pospuesto hasta que el otro quede solventado. Pueden y deben ser en cierta manera el mismo proceso, y seguramente solo sean realmente efectivos si es así como se entienden. No es contradictorio si se comprende como un proceso largo, con avances y retrocesos, que solo podrá verse de forma (falsamente) lineal y coherente en retrospectiva. No tenemos recetas mágicas ni atajos para andar este camino y el momento histórico nos obliga a abrirnos a una gran diversidad de tácticas y estrategias. A alianzas más débiles, coyunturales, selladas con generosidad y rotas sin grandes traumas. A colaboraciones puntuales por objetivos concretos. A la experimentación con formas de organización en un momento histórico en el que no existen los movimientos de masas que fueron referentes durante tanto tiempo.


Intuimos que la lucha fundamental es casi antropológica. Una lucha contra el cinismo, que es el gran sentimiento desmovilizador de nuestra época. Más que pesimistas somos descreídos, y no nos convence el optimismo superficial. Pero estamos sedientos de esperanza, siempre que la entendamos como la dimensión temporal de la lucha (como dice Catherine Keller), como el ser esperanza y no tener esperanza (como dice Cornel West), como la esperanza que nace en la certidumbre de que incluso hoy es posible ganar (como dice Álvaro García Linera), como la esperanza que es disciplina cotidiana (como dice Mariame Kaba). Esta esperanza se puede construir en el esfuerzo por unir las tradiciones socialista y ecologista en actos y alianzas concretas, aquí, hoy. Puede que la realpolitik socialista y el donquijotismo ecologista, parafraseando a Ernst Bloch, no hagan mágicamente posible lo imposible. Lo que quizás sí puedan evitar es que nos paralicemos ante lo que es difícilmente posible pero absolutamente necesario, ante esa posibilidad objetiva de emancipación que se nos escurre entre los dedos pero que todavía podemos agarrar con las dos manos.

(Una versión traducida al catalán de este ensayo fue publicada inicialmente en Catarsi)