El momento Mitterrand del neoliberalismo
Es interesante pensar el reciente espectáculo internacional del nuevo gobierno del Reino Unido como un “momento Mitterrand” para el neoliberalismo. Estrictamente hablando decir esto es una exageración, pero una que me parece bastante productiva para la reflexión. Hay tres partes en esta historia: ¿Qué fue el “momento Mitterrand” original? ¿Qué ha pasado estos días en el Reino Unido? ¿Qué escenarios se abren?
I. El momento Mitterrand (1981-1983)
François Mitterrand, del Partido Socialista, llegó a la Presidencia francesa el 10 de mayo de 1981. Era el primer Presidente de izquierdas de la Quinta República (1958), y prometía nada menos que una “vía francesa al socialismo”. Semanas después la coalición de izquierdas con el Partido Comunista ganó una mayoría en el legislativo, lo que sellaba la entrada de éstos en el gobierno por primera vez desde 1947. Las expectativas eran gigantescas.
La retórica maximalista escondía un programa bastante continuista, aunque no sin ambición. Se podría resumir como un intento de revigorizar y ampliar las políticas económicas de los “Treinta Gloriosos”, pero en un contexto de crisis y estancamiento económico. Los dos pilares de este intento eran la renacionalización de una parte importante de la economía, para volver a una política dirigista de saneamiento y reconversión industrial, y una expansión de los servicios sociales financiada con un aumento del déficit.
Como resume Jonah Birch, se nacionalizaron doce congloromerados industriales, treinta y seis bancos y dos corporaciones financieras. A finales de 1981 el Estado controlaba un 8% del PIB y un 90% de todos los depósitos bancarios. En lo social se redujo la semana laboral (una hora, a 39, con planes para seguir reduciéndola más adelante), se aumentó una semana las vacaciones pagadas obligatorias (a cinco), se incrementó el SMI (¡hasta un 40% antes de 1982!), se aumentaron las pensiones, las bonificaciones familiares... el déficit se incrementó de un 0,4% en 1980 a un 3% en 1983.
Fue impresionante. Quizás el último gran intento de encontrar los límites de la socialdemocracia en Europa. Por desgracia la unión de la resistencia nacional (patronal y sectores conservadores) e internacional (el resto de países europeos importantes, más los EE.UU., más los “mercados”) ahogaron el proyecto. Resumo de nuevo: la pertenencia de Francia al Sistema Monetario Europeo (SME) limitaba enormemente su flexibilidad en políticas monetarias; su salida del sistema habría limitado enormemente su acceso a la financiación internacional. La subida de tipos brutal de EE.UU. (el shock Volcker) exportó presión adicional a Europa, lo que obligó a adoptar políticas deflacionarias. Los costes de importación de Francia se dispararon, lo que a su vez disparó la inflación. La patronal francesa comenzó un proceso de boicot de la inversión, una fuga de capitales masiva. Mitterrand recordó a la patronal que este programa económico era un mandato democrático, y que la alternativa sería una ruptura leninista. El farol no fue convincente, Mitterrand no era un leninista y no tenía la base social para esa ruptura.
Fue demasiado, y después de meses durísimos y dos devaluaciones del franco Mitterrand se rindió. Dio un giro de 180 grados hacia el rigueur, hoy diríamos hacia la austeridad. Se redujo el gasto público, se recortaron los servicios sociales. Se bajaron los impuestos a las empresas, y se animó a la flexibilización y la vuelta a los beneficios por cualquier medio. El paro aumentó y los salarios se moderaron, ambos considerablemente, pero Mitterrand consiguió controlar la inflación y garantizar su capacidad de financiación con un “franco fuerte” (franc fort). Notablemente sus socios comunistas fueron los peor parados en este experimento fallido, y jamás volvieron a conseguir unos resultados electorales tan buenos. El propio Mitterrand sería reelegido presidente en 1988, siendo instrumental para sentar las bases de una Unión Europea neoliberal (vía tratado de Maastritch).
La cuestión, para no alargarme más: esta es la historia del fracaso estrepitoso de un gobierno que intentó revivir una política económica hasta hace no tanto ortodoxa, en un contexto internacional altamente desfavorable. El escarmiento fue tan duro que supuso el cierre definitivo de esas esperanzas, y abrió el dominio sin contestación de una nueva ortodoxia.
II. Trussonomics, Reaganomics sin el dólar (2022)
El 6 de septiembre de 2022 Elizabeth (Liz) Truss es nombrada Primera Ministra del Reino Unido. Inmediatamente comienza lo que su equipo llama “Operación Rolling Thunder”, un apretado calendario de reformas económicas neoliberales (políticas supply-side, es decir, y simplificando, de rebajas fiscales y eliminación de regulaciones que supuestamente “animarán” a la inversión privada). La operación recibe su nombre, increíblemente, de la campaña de bombardeos masivos de los EE.UU. sobre Vietnam del Norte.
El 23 de septiembre su ministro de economía (el Chancellor of the Exchequer, en su jerga) anuncia un nuevo presupuesto. Entre otras cosas, y en medio de una crisis inflacionaria y social sin precedentes, busca reducir enormemente los impuestos a los más ricos y reducir el gasto social. El enorme agujero presupuestario resultante de la eliminación de estos impuestos se cubrirá aumentando la deuda pública. Repito: en medio de una guerra, una pandemia, una crisis inflacionaria y energética, una crisis climática que ha causado el peor verano de la historia... el Gobierno propone reducir impuestos a los ricos y endeudarse para pagarlo.
Entonces pasa algo sorprendente. ¿Quién va a comprar esa deuda? El Banco de Inglaterra, como el resto de bancos centrales, está vendiendo deuda para combatir la inflación, y se le supone independiente. Los bancos y fondos de pensiones británicos ya están saturados. Solo quedan los fondos extranjeros, que normalmente tienen “aversión al riesgo”. Si el plan económico del Reino Unido no les parece creíble, y prevén una monetización de la deuda (es decir: que eventualmente solo el Banco de Inglaterra quiera comprar) es probable que también empiecen a vender. ¿Qué ocurre? La mayor venta de deuda pública británica en décadas:
Durante esa semana se suceden las intervenciones de alto nivel. La OECD, la UE, el FMI, la abrumadora mayoría de comentaristas económicos de élite, todos concuerdan en que no es el momento de experimentar con políticas ultra-neoliberales, y mucho menos si la única forma de hacerlo es endeudarse. Quizás Reagan pudo hacerlo en los 80, pero el Reino Unido no tiene el dólar estadounidense. Una intervención internacional tan unánime contra una política conservadora es extraña. Incluso sospechosa. Algunos se preguntan si es normal que el FMI se preocupe por el aumento de la desigualdad económica, ¿no solían hacer lo contrario?
El colapso de la deuda británica está a punto de hacer insolventes a la mayoría de fondos de pensiones británicos (porque se dedican a apostar sobre su valor para mantener beneficios, ahora no vamos a entrar en eso), lo que además de ser una catástrofe nacional podría convertirse en un nuevo “momento Lehman", el principio de una crisis financiera internacional. El 28 de septiembre el Banco de Inglaterra no tiene más remedio que intervenir y comenzar a comprar deuda: 65 mil millones de libras hasta el 14 de octubre. Una de esas cifras casi incomprensibles pero que esta infografía pone en contexto de manera maravillosa.
La libra se recupera rápidamente, pero no se puede decir lo mismo del Partido Conservador. El 29 de septiembre se publica una encuesta que da 33 puntos de ventaja a los Laboristas. Gracias al absurdo sistema electoral británico esto casi podría suponer la extinción política a nivel parlamentario de los tories. Algunas proyecciones hablan de uno o dos parlamentarios en todo el Reino Unido.
La cuestión, otra vez para no alargarme más: esta es la historia del fracaso estrepitoso de un gobierno que intentó revivir una política económica hasta hace no tanto ortodoxa, en un contexto internacional altamente desfavorable. El escarmiento ha sido tan duro que quizás de nuevo se cierre definitivamente la puerta a este tipo de políticas ultraneoliberales. Lo asombroso, claro, es que esta vez el consenso internacional y los organismos financieros han empujado de cierta manera por una resolución más progresista. Empujado, ojo, no forzado. Es probable que si el gobierno no cae a corto plazo su instinto sea malvender lo público para financiar a sus amigos, el modus operandi del Ayusismo en Madrid. Esto no es un nuevo comienzo, no es un modelo sostenible, pero la agonía puede durar años. En cualquier caso: ¿qué narices está pasando?
III. El capitalismo global, cuatro futuros
En esta historia han intervenido al menos tres de las cuatro fuerzas que ahora mismo están empujando para reordenar el capitalismo occidental (y por extensión, hasta cierto punto, mundial). Si imaginamos dos ejes, uno que mida la voluntad de aislamiento o cooperación internacional, y otro que mida lo relativamente progresista o conservadoras que son las políticas propuestas, podríamos pensarlo así:
El Reino Unido juega el papel del neoliberalismo juche. La isla política de aislamiento que entiende que la salida a sus problemas es siempre redoblar la ortodoxia. Exprimir más a los pobres para favorecer a los ricos, que así invertirán en la economía. Cualquiera que dude de esto es un enemigo de la nación, un agente de la gran conspiración mundial woke. A día de hoy entre los conspiradores se encuentran el FMI, la UE, los gobernadores de los bancos centrales, la inmensa mayoría de gobiernos occidentales, el Financial Times, The Economist...
Contra esto se han unido dos fuerzas diferentes, entremezcladas, que muchas veces incluso conviven en las mismas personas u organismos.
Una es el viejo conocido ordoliberal, la ortodoxia sensata. Los mercados, en última instancia, mandan. Es tan inútil ir contra sus leyes como lo es ir en contra de la ley de la gravedad, y cualquier gobierno que lo intente acabará estrellándose contra el pavimento de lo real. Conocemos este discurso, sus consecuencias. Es desagradable y en última instancia reaccionario. Su pretensión de despolitizar la economía solo es una politización de la misma a otro nivel, superior, y con unos intereses muy concretos.
Pero junto a este viejo conocido hay ahora otra voz. Es la voz que trae esos giros chocantes, como el de un FMI preocupado por la desigualdad social. A falta de un nombre mejor lo he llamado “mundialización socialdemócrata”. Es la representación de un consenso entre las élites que está surgiendo ante esta crisis múltiple. Es otra vez ese gesto de “salvar al capitalismo de sí mismo”, ese Keynes que siempre intenta nacer en los momentos críticos. Es lo que explica el enorme incremento de gasto social, la reforma del sector energético, los impuestos extraordinarios a los ricos y a los beneficios extraordinarios (¡una medida que inventó FDR!). Es lo que explica el acuerdo para imponer una tasa impositiva empresarial mínima de un 15%. Las amenazas son tan extremas que es imprescindible mantener un mínimo de paz social, usar el músculo del Estado para reordenar y redirigir la actividad económica.
La cuarta tendencia es una pulsión en la izquierda que sigue entendiendo que la vigilancia de los organismos internacionales no democráticos es el mayor peligro. Que la única vía posible para un cambio progresista pasa por la ruptura y el repliegue en la nación-estado. Creo que es una mirada hasta cierto punto nostálgica. Nostálgica de los “Treinta Gloriosos”, nostálgica de los caminos no tomados, como el del “momento Mitterrand”. Hoy en día no tiene fuerza institucional, y esta entrada ya es demasiado larga, así que por ahora no hablaré más de ella.
Termino. Obviamente estas tendencias generales son simplificaciones. Tipos ideales. Nadie las encarna perfectamente, y siempre es posible encontrar matices, contradicciones, mezclas. Sí creo que es imprescindible dividir la orientación de los grandes poderes políticos y económicos en campos diferentes, comprender sus conflictos internos, sus disputas. Si no de esta manera de alguna otra. Seguramente de muchas complementarias que interaccionan entre sí, y que al hacerlo explican un poco el caos transitorio en el que vivimos.
Esto no es un ejercicio puramente teórico. Cualquiera que quiera intervenir en la realidad debe hacerlo a partir de información precisa, liberado de las cadenas de la nostalgia que solo sirven para consolarnos. Como ya decía Perry Anderson en 2002:
La inteligencia precisa sobre el enemigo vale más que panfletos ideados para inflar una moral dudosa. Una resistencia que se deshace de los consuelos siempre es más fuerte que una que depende de ellos.
Un gobierno conservador está siendo vapuleado por la oposición de la clase capitalista mundial. Quizás termine cayendo una concepción del mundo, que ya está muriendo. Es algo que no se ve todos los días. La última vez que las tensiones entre los propios capitalistas tomaron esta forma también había guerras, subidas de impuestos a los ricos, intervención del Estado dirigista. También allí cambió el mundo, al menos durante un tiempo.